sábado, 17 de mayo de 2014

Lo que se ve es apabullante, lo que no se ve, ¿aterrador?

El crecimiento de basurales en los arroyos y el desparramo de químicos en la industria y el agro están deteriorando en forma abrupta las fuentes de agua potable, y asechan a los embriones.



tfiorotto@unoentrerios.com.ar
Terminamos ayer de redactar esta columna, y nos enteramos de la muerte del gran argentino Andrés Carrasco, que mencionábamos aquí como referente principal en el conocimiento sobre los efectos negativos del riego de químicos sobre la vida.
El investigador del Conicet, experto en embriones, despertó la conciencia en muchos. Sus visitas a Paraná y otras ciudades de la región tuvieron gran eco entre los defensores del ambiente y la vida.
Diario UNO publicó sus palabras una y otra vez, en reconocimiento a los méritos de un científico y a la valentía de un criollo redondo, que supo hacer frente a los poderosos.
Uno de los títulos que publicamos, “El glifosato causa monstruos sostuvo Carrasco en Paraná”, daba cuenta de los fundamentos de un científico que desafió el sistema de producción más extendido, y a los gobiernos. ¿Qué había dicho? Que el producto químico más usado en Entre Ríos para batir récord sobre récord de producción granaría es teratógeno, es decir, provoca malformaciones. Genera monstruos.
En homenaje a este patriota, continuamos con nuestra columna sobre la salud ambiental, que empieza por la visita a un arroyito cercano a la capital entrerriana.
Arroyo y basural
Lo que está a la vista es el basural, donde hasta ayer corría un hilo cristalino de agua. Lo que no alcanzamos con nuestros ojos está allí, también, en el agua, en el aire, en las hojas, y más abajo, en las napas que constituyen una reserva inapreciable para la vida.
La convergencia de varios factores ligados al alto consumo, la enorme cantidad de desechos, los efluentes industriales y el uso de químicos para la producción agraria a escala (dominada por pooles financieros); y esa sinergia además entre los principios activos de los químicos y otras sustancias llamadas “inertes” que van juntas en la aplicación, ya constituyen un problema que alarma a los expertos.
Todo eso en Entre Ríos, y con un plus: el éxodo. La mayor producción y el mayor deterioro ambiental están ligados en nuestra provincia a la expulsión de habitantes.
El destierro de los entrerrianos, un flagelo que lleva 100 años, persiste incluso en pleno siglo XXI, y en etapas de buen precio internacional de la producción de este suelo.
Si a eso le sumamos la promesa de establecer en este territorio la explotación gasífera por métodos no convencionales, es decir, la fractura hidráulica, el fracking, entonces el futuro aparece nublado y tormentoso.
Nublado, porque desmejora, y tormentoso porque Entre Ríos tiene una red de organizaciones sociales y ambientales dispuestas a estudiar y resistir, por ahora con resultados dispares.
Lo que no deja de sorprender, ante la magnitud del problema ambiental generado por el llamado “progreso”, es la mirada pasiva y hasta cómplice de corporaciones, partidos, funcionarios, profesionales, economistas, universidades, medios masivos, con muy pocas y honrosas excepciones.
Limpia y sucia
Villa Libertador San Martín, con sus centros de salud y educación, es una ciudad distinta en Entre Ríos. Resulta llamativa, por ejemplo, la altísima presencia de extranjeros. Muchos brasileños, paraguayos, peruanos, centroamericanos.
Cualquiera que recorra esta bella ciudad del departamento Diamante podrá observar con agrado su notable organización, su limpieza.
Sin embargo, apenas recorra unas cuadras hasta el arroyito cercano, afluente del Arroyo de la Ensenada (ese del conglomerado osífero, con riquezas paleontológicas admirables), experimentará un gran desencanto.
La mugre de ese arroyo es proverbial. Bolsas de nylon, cubiertas de automóviles, cocinas viejas, tarros, todo tipo de basura hasta en las copas de los árboles, depositada en los días de crecientes. De seguir a este ritmo, nosotros sumaremos nuestros huesos al conglomerado.
Los entrerrianos que habitan Paraná dan fe de cosas peores aún en los arroyos de la capital. Las Tunas, Colorado, La Santiagueña, en fin, corrientes milenarias de agua limpia y biodiversidad, convertidas en basurales a cielo abierto que, en algunos casos, además de destruir el paisaje, el hogar de muchos, contaminan hasta más de 50 metros bajo el suelo, es decir: inutilizan las napas de agua potable.
Lo mismo podría apuntarse de segmentos del río Gualeguay, por caso, y numerosos arroyos de la provincia, donde los vecinos que lograron en el mejor de los casos algún plan de monitoreo no pueden acceder a la información del estado, y observan que la contaminación avanza en progresión geométrica.
(Con el ingrediente irrisorio de que algunas de las plantas que más contaminan se llaman “soluciones ambientales”).
Lo que está a la vista, como en el arroyito que decíamos cerca de Puigari y Villa Libertador, es apabullante. ¿Y lo que no está a la vista?
Monsanto en la picota
La empresa Monsanto está en el banquillo. Los gobiernos y las corporaciones la sostienen, parecen sus socios. Pero las organizaciones ambientales de Entre Ríos, la Argentina y el mundo entero han confluido en una lucha común contra esta multinacional, que controla el sistema agrario con sus semillas transgénicas patentadas y sus herbicidas.
Los vecinos de Malvinas Argentinas, cerca de la capital de Córdoba, lograron frenar una planta enorme de transgénicos, que apoyaban dirigentes peronistas y radicales por igual.
Este sábado 24 de mayo se realizará una jornada mundial de lucha contra Monsanto. En Entre Ríos se adelantará un día. El viernes 23 habrá distintas actividades de estudio, esclarecimiento y difusión sobre los agronegocios que sirven al sistema Monsanto.
Todos los partidos políticos mayoritarios, sin excepción, convalidan de una u otra manera el sistema. La noticia es, en cambio, la fuerza vital de las organizaciones sociales y ambientales interconectadas.
Claro que las luchas contra el Paraná Medio en Paraná, primero, y luego contra las pasteras en Gualeguaychú y otras ciudades, por ejemplo, generaron o alimentaron una conciencia ambiental histórica en todo el territorio provincial y más allá. Eso explica, también, que casi una veintena de localidades haya manifestado ya, mediante normas votadas en los concejos deliberantes, su oposición a la fractura hidráulica. Un mérito del Movimiento Entre Ríos Libre de Fracking y otras organizaciones similares.
Pero esta conciencia sobre temas vinculados a la producción y sus métodos, la economía sustentable, los orgánicos, los transgénicos, la energía renovable, la alimentación sana y en cercanía, el cuidado de la naturaleza y principalmente el agua, todo ello, no ha logrado revertir aún el proceso de deterioro agudo del ambiente.
Las napas subterráneas
El bioquímico Sergio Daniel Verzeñassi manifestó en dos reuniones ambientales realizadas en la sede de AGMER Paraná su inquietud por la incidencia de los químicos usados a escala por el agro sobre los acuíferos.
Sus palabras, en tono alarmante, llevaron a las organizaciones ecologistas a reclamar a los organismos del estado un mapa de las zonas de recarga de los acuíferos. Y el mapa no está.
Para este profesional del Foro Ecologista de Paraná, la composición de los herbicidas e insecticidas permite el paso de las arenas e incluso de las zonas arcillosas, de manera que, más temprano que tarde, los químicos se registrarán en el agua que bebemos los entrerrianos: las plantas y los animales, y entre ellos los humanos.
Las prevenciones de Verzeñassi y otros expertos entrerrianos tienen su correlato en la otra banda del río Uruguay.
Según publicaciones de la organización RAPAL, de la República Oriental del Uruguay, la estudiosa María Isabel Cárcamo llamó la atención sobre “un grave problema de reciente aparición que afecta severamente a todas las poblaciones que beben agua extraída, aunque este potabilizada, de napas localizadas en zonas de explotación agrícola”.
La investigación, divulgada por Cárcamo, señala que el envenenamiento se da por diversas vías, y enumera: 1-Los agrotóxicos pueden entrar en aguas superficiales y subterráneas principalmente como escurrimiento de los cultivos tanto agrícolas como forestales. 2-La lluvia puede llevar agrotóxicos disueltos a través del suelo y ser arrastrados hacia aguas subterráneas. 3-Agrotóxicos almacenados inadecuadamente pueden contaminar el suelo y estos llegar hasta almacenamientos de agua potable, este puede ser un caso típico de contaminación de pozos. 4-Derrame de un agrotóxico cerca de un pozo; los niveles de contaminación en el agua pueden llegar a niveles lo suficientemente altos para causar inmediatamente problemas en la salud. 5-Algunos agrotóxicos no se descomponen fácilmente en agua y puede permanecer en el agua subterránea durante un largo período”.
La nota de RAPAL apunta que estas advertencias sirven para departamentos del Uruguay, y lo mismo podría decirse de los departamentos entrerrianos.
Agrega Cárcamo: “Si bien antes se pensaba que el suelo actuaba como un filtro de protección e impedía que los agrotóxicos llegasen a las aguas subterráneas, innumerables estudios han demostrado que el agua puede contaminarse”.
Panorama provincial
Esta voz de alerta es grave. Entre Ríos tiene todos sus departamentos expuestos a los químicos, de manera que no hay ya zona de realimentación de los acuíferos libre de agrotóxicos.
Entonces, la pregunta se suelta sola, ¿quién puede asegurar que en cinco, 10 o 20 años de exposición, los acuíferos no estarán envenenados?
La sinergia
La advertencia sobre la contaminación de agua superficial y profunda se suma a las denuncias de científicos argentinos y de otros países sobre el efecto nocivo de los químicos del agro en los embriones.
Los casos mostrados por Andrés Carrasco (fallecido ayer) y el entrerriano Rafael Lajmanovich son, de por sí, inquietantes, porque demuestran la incidencia nociva de los agroquímicos sobre embriones, al punto de convertir a los animalitos en monstruos.
Como si fuera poco, científicos extranjeros han señalado los efectos negativos de los transgénicos sobre la salud. De modo que el sistema de químicos y transgénicos resulta ya un cóctel que debe investigarse, y sobre el cual debieran actuar las leyes que exigen la prevención, que garantizan los principios precautorios, en una provincia como Entre Ríos donde los transgénicos y agroquímicos inundaron el territorio y se hicieron dueños en sólo dos décadas.
En suma: la amenaza de fracking que, de hacerse efectiva, podría poner en riesgo los acuíferos con sus explosiones subterráneas; los anuncios de nuevos represamientos (en el Paraná y el Uruguay); la persistencia de los agronegocios, la petróleo dependencia, los efluentes industriales no tratados, los basurales en los arroyos, la posibilidad de nuevas leyes que garanticen el uso de transgénicos patentados y el pago de regalías a las multinacionales, y por consiguiente el riego con herbicidas e insecticidas que las mismas multinacionales proveen; más la presencia de industrias sucias a la vera de ríos y arroyos (UPM-Botnia es un ejemplo); todo eso junto a las noticias que nos dan los censos de población que demuestran la continuidad del sistema expulsor de familias entrerrianas, constituye un nudo que la dirigencia regional no ha podido desatar aún. Y que en muchos casos ayuda a enredar.
El panorama es incierto, pero los conocimientos que nos deja Carrasco y su actitud nos llenan de fuerza.

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