sábado, 11 de noviembre de 2017

Antonella y los cánceres de Gualeguaychú



Por Silvana Melo
(APe).- A las diez y veinticinco de la mañana Antonella murió. Fue lunes y Gualeguaychú sólo era noticia por ella. Porque Antonella por mucho tiempo fue alcancía y foto en los almacenes y en los kioscos. De una ciudad que produce más alcancías y fotos de niños con cáncer que fiestas de carnaval. Gualeguaychú es un terrón en la provincia de Entre Ríos: la más regada por glifosato, según informes del Conicet. Con Urdinarrain como estrella mundial del veneno sistémico (Environmental Pollution). En Gualeguaychú el 30 % de los muertos mueren de cáncer, mientras que en el país no superan el 20.
Entre Ríos es una autopista sojera, capital de un modelo de producción que necesita envenenar para subsistir. Dos días antes de que Antonella muriera, Natalia Bazán habló 28 minutos frente a su celular. La madre de Antonella habló cuando la nena ya dormía y el dolor había sido derogado en las últimas horas de vida. Y dijo que “la vida de nuestros hijos no siga siendo un negocio”. Y dijo que “paren toda esta mierda que mata a nuestros hijos y a otros les llena el bolsillo”.
Natalia pasó meses en el Garrahan asistiendo al derrumbe de su chiquita de ocho años, en una foto brutal de la inclemencia del sistema. Donde la economía vapulea a la salud, destierra a los débiles y condena el futuro a la intemperie. “La mayoría de los chicos con cáncer viene de Entre Ríos”, dice. Y para ella el dolor llega directo desde el agua y el aire.
El periodista Fabián Magnotta, después de la investigación donde surgió que el cáncer en Gualeguaychú superaba la media nacional, publicó en su perfil de Facebook un pedido: “No hay estadísticas sobre cáncer en menores de 18 años en Gualeguaychú. Agradezco información para hacerla”. Decenas de respuestas con nombres, con edades pequeñas, con historias de leucemias y cánceres, con temporadas eternas en el Garrahan, lejos de casa, con muertes absurdas, caprichosas, colonizando espacios donde deberían regir la rayuela y la vertical, la cancha y el burbujero, despacito y el brujo de bulubú, el reggetón y la bici.
Le llevará un año más a Fabián Magnotta elaborar toda esa muerte aluvional. Pero será él quien lo vuelva a hacer porque las cifras oficiales, si hay, se guardan celosamente. Para no generar segundas investigaciones (por ejemplo, las causas) que puedan fastidiar a los actores -de ubicuidad intensa- de los agronegocios. Que suelen ser diputados, ministros, médicos, empresarios. Es decir, telas de araña que envuelven la voluntad de los pueblos. Que conceden generosamente el trabajo con el que subsisten esos pueblos. Y ante los que pocos se atreven a correr un riesgo que, además de la hipoteca del futuro, a la que ya están resignados, les abroche el vaciamiento del presente.
Antonella murió el lunes a las 10,25 en la Terapia Intensiva del Garrahan. “Las cinco quimios le destrozaron los órganos”, dijo Natalia Bazán. En una provincia arrasada por los agroquímicos, probablemente Anto haya sufrido el castigo de la hierba frágil. Y la terapia con más química la haya quebrado como un cristalito. Acaso no se sepa nunca. Y sólo quede en la canasta de las hipótesis. O en el baúl de los mitos. Para que no se despierten los propietarios de la tierra y el agua. Y se sientan ofendidos por niños que se mueren como daños colaterales.
Como murieron Leila Derudder (14) y Joan Franco (dos años y medio) en 2014 en San Salvador, Entre Ríos. A 200 kilómetros de Gualeguaychú. En esa cuadra donde el cáncer golpeaba a la puerta casa por casa.
La revista internacional Environmental Pollution fue la que publicó el informe de los investigadores del Conicet: Entre Ríos registra los más altos niveles de acumulación de glifosato a nivel mundial. “Dada la enorme cantidad pulverizada y la afectación de los microorganismos encargados de su degradación, el producto no hace más que acumularse en las tierras con todo el riesgo tóxico que esto implica”.
Es una evidencia científica de la criminalidad del impacto socioambiental del modelo de producción que ha subsistido con éxito desde su blanqueo brutal en 1996 con la entrada de la transgénesis, en un tránsito por neoliberalismos, progresismos y etcéteras, amamantados todos prolijamente por la nueva concentración de poder.
Las evidencias políticas están en la impunidad. En la ceguera judicial que es capaz de negar responsabilidades a pesar de la autopsia en un cuerpito plagado de endosulfán. En la decisión de mantener el modelo como columna y sostén del estado.
Mientras la vida pasaba afuera, desesperada, vertiginosa, Antonella moría el lunes. A las 10,25 de la mañana. Tenía ocho años. Estuvo meses en el Garrahan, enchufada a cables y agujas, atada a barbijos, cantando hasta que pudo. Cuando debió haber jugado hasta el hartazgo. Tomando helados, pelándose las rodillas en la plaza y riéndose de Gualeguaychú, con ese nombre de estornudo. Libre y feliz.
Foto: la imagen de inicio es sólo  una foto ilustrativa.
Edición: 3480


“No hay nada que demostrar, los agroquímicos son todos tóxicos” dijo Lilian Correa

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La pediatra neonatóloga Lilian Corra, integra la Sociedad Internacional de Médicos por el Medio Ambiente, con sede en Suiza. Dicha organización tiene el status de consultora de la Organización Mundial de la Salud (OMS).
En declaraciones Corra puntualizó que un informe de hace una década mostró que el uso de agroquímicos ya estaba fuera de control, y agregó que “no hay nada que demostrar, basta mirar que la Organización Mundial de la Salud define a los plaguicidas como tóxicos para matar. Hasta fines de 2015, nosotros tuvimos un uso intensivo del endosulfán, que estaba prohibido en el mundo. Dejamos de usarlo cuando se agotó el stock”, y agregó que “los efectos llegan al cáncer, la diabetes, el hipotiroidismo”.
La experta en salud y ambiente manifestó que “desde hace varios años, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente está fortaleciendo mucho las cuestiones vinculadas a la salud. Hace 10 años publicamos un informe que lleva el título de ‘El problema de los agroquímicos, sus envases y su incidencia sobre la salud de los trabajadores la población expuesta y el ambiente´. En dicho estudio participaron diferentes Universidades argentinas que trabajaron en distintas zonas productivas del país”.
egún especificó Corra, “en sus conclusiones y recomendaciones, el estudio pone de manifiesto que el uso de agroquímicos está fuera de control. Esto se sostuvo y se publicó hace 10 años, no es algo de ahora. En cuanto a lo que sostienen algunos sobre la necesidad de probar la toxicidad de los agroquímicos, no hay nada que demostrar. Si uno lee la definición de la OMS sobre lo que es un plaguicida, se dice que son `productos químicos diseñados para matar´. Es obvio que los agroquímicos y los plaguicidas son tóxicos, porque de lo contrario no serían utilizados para controlar plagas”.
Tras ello, mencionó que “hay una escasa información acerca de los efectos de los agroquímicos sobre la salud de las personas y quienes están encargados de informar a la sociedad sobre la toxicidad de los plaguicidas en rigor de verdad son los mismos productores de las sustancias. Los gobiernos no reparan, en general, los alcances de muchos plaguicidas a la hora de regular su uso en sus respectivos países. Esta información está a disposición de los organismos gubernamentales en lo que se denominan ‘Hojas de Toxicidad’, que publica la OMS y la FAO y no han sufrido modificación desde 1994. Por lo tanto hay un problema muy grave a la hora de determinar las concentraciones de uso de las sustancias”.
Asimismo, Corra agregó que “a esto hay que sumar la falta absoluta de controles que incluye la cadena de promoción publicitaria del agroquímico, que es adquirido con absoluto desconocimiento de los componentes y principios activos que contienen. Mucho menos conocimiento tienen los aplicadores”.
En cuanto a la dosis que se utiliza en las aplicaciones, Corra expresó que “no importa cuál es la cantidad o dosis a la que están sometidas la población expuesta. Hoy hay otros parámetros para determinar si una persona tienen presencia de sustancias toxicas en sangre. Los plaguicidas no están diseñados para estar presente en sangre. La cuestión va mucho más allá de cómo se aplique una determinada sustancia plaguicida sino por el grado de toxicidad, su persistencia y su bio acumulación en los seres vivos”.
Y en tal sentido, la doctora Corra citó “un ejemplo claro de esto es el caso del endusulfan, que en Argentina se prohibió cuando se terminó el stock existente, en lugar de hacerlo cuando se lo prohibió en todo el mundo. En este sentido, el Estado argentino incumplió el Protocolo de Estocolmo al adoptar esa decisión ilegal: permitir la venta de una sustancia tóxica para los seres humanos hasta que se agotara el stock existente en el país. Algo similar pasa con el plaguicida 2-4-D, que se usa en reemplazo del endusulfan y tiene antecedentes de provocar alteraciones endócrinas, afectando la salud humana de varias formas”.