miércoles, 18 de septiembre de 2013

NUESTRA GUERRA QUIMICA

Editorial del sábado 14 de septiembre de 2013 en el Programa Horizonte Sur.

Avion fumigador
A finales del año 2006, en el prólogo al primer informe sobre Pueblos Fumigados que entregamos alguna vez y con prioridad, en el despacho de la Presidencia de la República, decíamos: “La creciente expansión de los monocultivos de soja RR ha barrido con los cinturones verdes de morigeración de los impactos, que rodeaban los pueblos. Estos corredores estaban generalmente constituidos por montes frutales, criaderos de animales pequeños, tambos y chacras de pequeños agricultores. Ahora los monocultivos llegan a las primeras calles de las localidades y las aerofumigaciones impactan en forma directa e inmisericorde sobre las poblaciones. Las máquinas fumigadoras se guardan y se lavan dentro de las zonas urbanas contraviniendo toda norma de prevención, los aerofumigadores suelen decolar de los aeroclubes de las propias localidades y cruzan los pueblos chorreando venenos cuando se dirigen o cuando retornan de sus objetivos sin que la autoridad municipal lo impida. Los granos se almacenan por razones de comodidad de los sojeros, en enormes silos ubicados generalmente en zonas céntricas de los pueblos, y diseminan con el venteo de los granos partículas tóxicas que afectan el corazón de las pequeñas urbanizaciones. Caravanas de miles y miles de camiones cargados de porotos cruzan los pueblos ribereños hacia los puertos, dejando a su paso regueros de muerte en las poblaciones que viven a orillas de las rutas”.
Luego continuábamos: “La agricultura industrial de la soja es sinónimo de desmontes, degradación de suelos, contaminación generalizada, degradación del medio, destrucción de la Biodiversidad y expulsión de poblaciones rurales. Sin embargo, puede haber consecuencias aún mucho más horrendas. Creemos haber descubierto a partir del caso de las madres del barrio Ituzaingo, los elementos necesarios para confirmar una vasta operatoria de contaminación sobre miles de poblados pequeños y medianos de la Argentina. Se esta configurando una catástrofe sanitaria de envergadura tal, que nos motiva a imaginar un genocidio impulsado por las políticas de las grandes corporaciones y que solo los enormes intereses en juego y la sorprendente ignorancia de la clase política logran mantener asordinado. El cáncer se ha convertido en una epidemia masiva y generalizada en miles y miles de localidades argentinas y el responsable es sin lugar a dudas el modelo rural”.
“Las anécdotas de tanto dolor que hemos recogido en estos días superan la capacidad en nosotros de registrar tanto sufrimiento. En un momento dado renuncié a visitar a una enferma de ELA a que me invitaban sus hijos hombres que la cuidan amorosamente. El ELA es una esclerosis lateral amiotrófica, una enfermedad neuromuscular progresiva similar a la que sufre el científico Stephen Hawking, afección de la que los familiares insistían en responsabilizar a las fumigaciones habidas años atrás, cuando comenzó en la zona el boom de la Soja. Este tipo de males y otros que reconocimos en la zona, responden sin duda, a un hábitat enfermo, un hábitat en que debido a las fumigaciones, es decir, a los tóxicos y disruptores hormonales que se asperjan continuamente, causa el desplome de los sistemas inmunitarios de la población, a la vez que genera en los ecosistemas microbianos, desequilibrios y disturbios que propician la generación de patógenos y la multiplicación de elementos de descomposición incompleta en el suelo”.
“Aceptemos que no puede haber una población sana en un hábitat enfermo, un hábitat en que el hombre vive sobre un suelo donde las colonias de bacterias con capacidad de humificar, o sea de digerir e incorporar, los restos orgánicos, tanto animales como vegetales, están seriamente disminuidas; donde la tierra está contaminada y las lombrices han desaparecido. La erisipela y otras infecciones que pudimos comprobar en el entorno humano, las neumonías, los problemas oculares, las diarreas intestinales, así como los casos de espina bífida de que nos hablaron, y en general las malformaciones congénitas en niños que se han convertido en una pesadilla, son por ello la consecuencia directa o indirecta de las fumigaciones y por lo tanto del modelo industrial de la Soja, no importa cuál haya sido la causa desencadenante de la patología visible. Los procesos de putrefacción incompletos del suelo, resultado de los desequilibrios profundos en la química y en la vida microbiana, y consecuencias de la contaminación, son generadores de complejos procesos de muerte, y atentan en forma persistente contra la vida del ecosistema en todas sus manifestaciones”. Repetimos, dijimos esto en el 2006 y además, se lo informamos a las máximas autoridades del Gobierno. No pueden decir que no lo sabían.
Algo más tarde, en febrero del 2007, desde los micrófonos de la Radio Nacional y a propósito de un viaje que realizáramos por las localidades del sur de la Provincia de Entre Ríos, decíamos: “Y como si algo faltara para consumar estas batallas cósmicas del GRR en que sólo nos falta el arcángel justiciero para ayudar a que acosada por los procesos de muerte y de devastación logre sobrevivir la vida, debemos decir que en medio de tanto dolor y de tanto capitalismo salvaje y globalizado, reencontramos nada menos que a uno de los exponentes más crueles y aprovechados del modelo de la Soja: me refiero a nuestro viejo conocido Gustavo Grobocopatel. Sí, Grobocopatel, el dueño de la empresa Los Grobo, el sojero mayor de la Republiqueta, aquel que organizara en Venezuela junto con el Ingeniero Carlos Cheppi, Presidente del INTA, la exposición de maquinaria agrícola conque pagamos los primeros fuel oil que nos enviara el presidente Chávez, el mismo que una vez nos interrumpiera un debate en Carlos Casares gritándonos que la Soja es bolivariana, y que resultó ser el dueño de uno de los pooles de soja mayores de esa zona del departamento de Concepción del Uruguay. Sus flotas de centenares de camiones se llevan en cada cosecha la riqueza y los nutrientes del suelo entrerriano, para sus inmensos silos en la Provincia de Buenos Aires y luego de marcar las pautas de la agricultura industrial que, con escarnio para nuestra inteligencia, él gusta denominar como “el poder del conocimiento”, deja detrás de sí un escenario inenarrable de contaminación, de devastación y de muerte”.
Y continuábamos diciendo en nuestro Editorial: “Los sojeros, los pooles y los políticos que los respaldan y les aseguran las reglas de juego, han transformado a esos pequeños pueblos antiguamente paradisíacos en un infierno difícil de describir. Han condenado a la vez, a las poblaciones y en especial a las generaciones futuras a un destino pavoroso. No tienen justificación alguna. No tienen perdón tampoco las autoridades y los funcionarios en su actual indiferencia, en la impunidad que les aseguran a los fumigadores y en la rentabilidad que le aseguran a las Corporaciones que producen los tóxicos. No tiene justificación ni perdón la progresía en ese entusiasmo por transformarnos en un país productor de Biocombustibles, en que todos y cada uno de los actuales problemas, habrá de multiplicarse exponencialmente hasta lo impensable…”
En junio del 2009, insistíamos en carta ante la Presidencia diciendo: “Señora Presidente, conforme usted seguramente habrá tomado conocimiento a través de los diversos medios públicos de la Argentina, en los últimos tiempos han trascendido serios cuestionamientos en relación con la aprobación de los agrotóxicos que se vienen utilizando en la producción agrícola de nuestro país. Nuestras voces de alarma respecto a estos hechos se han anticipado en años a estos cuestionamientos actuales, tanto como GRR, y ello consta en nuestra propia página Web, como particularmente lo he venido haciendo desde el Programa Horizonte Sur que conduzco en Radio Nacional AM los días Domingos a las once horas. Lamentablemente, nuestras voces se han visto tristemente corroboradas en los actuales momentos, por la opinión de expertos, los que, con honestidad y valentía, han puesto las cosas en claro en punto a denunciar que muchas de las sustancias agrotóxicas se habrían aprobado de un modo al menos temerario, sin las suficientes comprobaciones necesarias para resguardar de forma conveniente y segura las salud de las poblaciones que, durante años fueron expuestas a estos venenos, así como de los diversos ecosistemas que dan sustento a la vida en sentido integral. Todo ello consta asimismo en el INFORME SOBRE PUEBLOS FUMIGADOS que le hiciéramos llegar oportunamente y que, puede hallarse en la página Web del GRR. Que, deseo recordar a usted, que, estos procesos que me permitiría considerar como de irregular aprobación, han sido realizados en la órbita del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria, SENASA”.
Y luego, añadíamos: “Que, surge a consideración la posibilidad que los funcionarios hubiesen actuado en los marcos de un espectro probable que va desde la negligencia o el desconocimiento de las implicancias y proyecciones de sus acciones, hasta la presunta lenidad en el cumplimiento de sus funciones o acaso la eventual connivencia con las empresas. Lo cual de solo poder ser imaginado o aún sospecharlo, nos parece gravísimo, en particular, en materia tan trascendente para la salud pública como de la que se trata. Que si se me consiente esta aseveración Señora Presidente, resultaría oportuno, urgente y necesario, que usted disponga la inmediata intervención del organismo en cuestión, a fin de deslindar responsabilidades y reordenar y revisar toda la legislación administrativa prohijada en esa dependencia, al menos desde la aprobación de las primeras semillas modificadas genéticamente y los tóxicos que las acompañan”.
La única respuesta del Poder a estas numerosos apelaciones, fueron el silencio en primer lugar y luego, el que después de casi seis años de trabajo radial, nos expulsaran de la Radio Nacional. También fueron lamentablemente, las de conseguir sumar al movimiento de los pueblos fumigados, muchas de las internas del campo progresista, tales como las de responsabilizar con impudicia tan solo a la Mesa de Enlace, por las consecuencias habidas sobre las poblaciones, del modelo de país que ellos gobernaban. Habitualmente, se porfiaba en esos tiempos, negar no ya el genocidio que denunciábamos, sino la mera posibilidad de que hubiese impactos importantes de las tecnologías agrícolas. Pero lo que era peor todavía, se nos negaba, desde posiciones de incredulidad y desconfianza hacia quienes lo afirmábamos o tal vez hacia la mera posibilidad de poner en duda la fiabilidad del camino elegido hacia el crecimiento. En algunos casos y para quitar del medio esa fantasmal postmodernidad que para el común expresábamos con nuestras denuncias sobre desvaríos y exacerbaciones, se nos pedían pruebas que, por otra parte, habrían resultado absolutamente irrelevantes e innecesarias, porque bastaba con recorrer las provincias para evidenciar la ausencia de fauna silvestre y bastaba recorrer los pueblos para comprobar el altísimo porcentaje de niños nacidos con deformaciones. Sin embargo y como si solo pudiera verse lo que se quiere ver, se naturalizaban las consecuencias del modelo sojero y en algunos casos, en ámbitos urbanos, los expertos en trabajo social se preguntaban graciosa y de manera hipócrita por la razón de los altísimos índices de discapacitación en la Argentina, sin poder hallar alguna respuesta que los conformara…
Nos convencimos que la sojización y los procesos biotecnológicos y de extrema contaminación que la acompañaban, interpelaban de una manera inadmisible para el común, su precaria conciencia desolada de habitantes del país campamento que habían elegido, al decir tanto de Héctor A. Murena como de Rodolfo Kusch, la urbanización y los no lugares, como refugio para su crispada necesidad de llegar a ser alguien. Sí, nos convencimos que no estábamos denunciando solamente las consecuencias del modelo de los Agronegocios y de la Sojización transgénica compulsiva, sino que estábamos exponiendo la irreparable colonialidad de un modo de ser argentino. Era sin dudas eso lo que debíamos revisar, nuestra propia existencia en América, desde ese arraigo a la tierra que habíamos perdido o que no habíamos logrado tener, hasta ese rostro común y solapado del mestizaje, un rostro que tal vez, no había llegado la hora de exponer, tal como nos lo había enseñado alguna vez Rofolfo Kusch y ahora el zapatismo en Chiapas.
Hoy, cuando el mundo entero se conmueve por las atrocidades de la guerra química y cuando el mayor esfuerzo internacional se destina a impedir el ataque norteamericano a Siria y probablemente la guerra que ello pueda provocar y que alcanzaría límites insospechados, nosotros queremos recordar que la Argentina, vive desde hace muchos años, su propia y vernácula guerra química, con aproximadamente unos 300 millones de litros de tóxicos que son arrojados cada año sobre sus poblaciones y su territorio, con la aprobación de la propia clase dirigente y con el respaldo de Corporaciones como Monsanto y como Syngenta. En nombre del Progreso y del Crecimiento, y para lograr cada vez mayores rindes en la agricultura y aumentar las exportaciones, somos permanentemente bombardeados con venenos de todo tipo y a diferencia de los conflictos bélicos reconocidos, pareciera que, carecemos del reconocimiento mínimo que les cabe a las víctimas que son objeto de los llamados daños colaterales en las guerras modernas.
Jorge E. Rulli

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