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domingo, 24 de julio de 2016

Por el río Paraná, venía navegando el glifosato

Una investigación científica volvió a demostrar lo que denuncian los pueblos fumigados. La contaminación causada por los agrotóxicos, insumo principal del agronegocio. En esta ocasión, un estudio publicado en Environmental Monitoring and Assessment informa resultados preocupantes: hay presencia de glifosato en todo el río Paraná. Es decir, no es "biodegradable" como pretenden sus fabricantes, sino que puede considerarse "pseudo-persistente". Aún el caudaloso Paraná no alcanza a procesar la contaminación que surge en los campos plantados con cultivos transgénicos. 

Por Eduardo Soler


La imagen del estudio muestra los puntos de monitoreo. Fuente: Adelanto24.



El estudio fue difundido por el periodista Patricio Eleisegui, quien accedió al trabajo realizado por los investigadores del CONICET, Damían Marino y Alicia Ronco, entre otros, que se desempeñan en el Centro de Investigaciones de Medio Ambente de la Universidad Nacional de La Plata. Allí se especializan en estudios de ecotoxicología y química ambiental, un enfoque necesario para investigar los posibles daños en el tiempo que genera la fumigación masiva con glifosato y otros agroquímicos utilizados en Argentina. Estudios que escasean en nuestro país, también por presiones políticas y económicas.

La investigación se publicó recientemente, pero fue hecha con base a datos recabados entre el 2011 y el 2012, por lo cual la situación podría ser más grave. Se analizaron las muestras de 23 puntos de monitoreo del río Paraná y sus afluentes, para lo cual recibieron la asistencia de la Prefectura Naval Argentina. Se encontró que existe una concentración preocupante de glifosato y su degradación, el llamado "AMPA", sobre todo en los sedimentos de los ríos. Así se puede inferir que el glifosato es difícilmente soluble en el agua, y de hecho llegó a los ríos a través del agua de las lluvias que cayeron en los campos de la amplia cuenca del Paraná. 

En efecto, entre los resultados de la investigación se destaca que los niveles de presencia de glifosato encontrados en los ríos fueron en algunos casos incluso mayores que los detectados en los propios campos fumigados. Otras investigaciones ya asociaron este proceso con la técnica de "siembra directa" que utiliza la soja, pues la maquinaria utilizada presiona el suelo y dificulta la infiltración del agua. Por eso también existe una mayor incidencia de grandes inundaciones, porque el agua no llega a absorberse por la tierra. Ahora se sabe que estas lluvias también difunden la contaminación.

De hecho, una de las áreas donde se encontró mayor concentración de glifosato es el río Luján. Desde aquí, no se puede dejar de relacionar este dato con las inundaciones que afectan esta cuenca, porque de hecho también se conjetura que el avance de la sojización es causa de las inundaciones. Por lo tanto, esta investigación resulta una nueva evidencia sobre la necesidad de contar con una Ley de Humedales, que regule el avance del agronegocio en territorios vulnerables. Es decir, en zonas donde el agua propia del ecosistema terminará esparciendo el glifosato.

Se trata, en definitiva, de la primera investigación científica que procesa resultados de un espacio tan amplio como lo constituye la cuenca del Paraná, la segunda más grande de América Latina después del Amazonas. La investigación ya tuvio cierta repercusión en los medos masivos, y sobre todo su difusión impactó en Santa Fe, donde los resultados encontrados en el arroyo Saladillo son de "alta toxicidad". Allí las autoridades se apresuraron a decir que los valores presentados "no son alarmantes", aunque aún no estaban al tanto de la publicación científica que dio origen a las informaciones periodísticas.

La ciencia y el glifosato


Con este caso se confirma nuevamente lo expresado por Andrés Carrasco, el científico de la UBA y el CONICET, reconocido por su publicación donde confirma científicamente la toxicidad del glifosato. Él consideraba que su trabajo sólo había expuesto, en términos legitimados por la sociedad, aquello que los pueblos fumigados denunciaban hace años, en base a su propia experiencia de sufrimiento. Por el contrario, afirmaba Carrasco, esperar que la ciencia demuestre los daños del glifosato sin darle crédito a las advertencias sanitarias, se corresponde con la idea de un "experimento masivo" que se desarrolla en Argentina en las últimas décadas.
Luego de la muerte de Carrasco, la propia Organización Mundial de la Salud evaluó en marzo de 2015 las últimas publicaciones científicas realizadas sobre el glifosato, por lo cual decidieron recalificarlo como "posiblemente cancerígeno". Aún así, sectores de la ciencia siguen afirmando que se trata de un agroquímico inocuo, aunque estos resultados se basen en estudios financiados por las propias corporaciones del agronegocio. Esta "violencia cientificista" se ejerce en asociar ciencia con realidad, cuando solo podemos tener conocimientos que se aproximen a lo que sucede fuera de los laboratorios. 

Sobre este punto de incertidumbre, Página/12 consultó a Damián Marino sobre el impacto de esta contaminación por glifosato en los ríos: "Es difícil hacer una asociación causa-efecto porque hay un conjunto de compuestos, distintos al glifosato, que pueden estar afectando a la biodiversidad. Sin embargo, hay algunos estudios ecotoxiológicos que indican que podría modificar estas poblaciones en términos de número de individuos, alterar su normal desarrollo o generar efectos crónicos, como cambios de talla o de ciclos reproductivos. En los casos más agudos, la mortalidad".

El riesgo señalado es suficiente para aplicar el principio precautorio por el derecho a un ambiente sano. Esto implica, como primera medida, continuar y profundizar investigaciones científicas realizadas de manera independiente. En segunda instancia, y más importante aún, iniciar al menos un rápido y efectivo programa que informe a los propios productores sobre los riesgos del uso del glifosato, y que penalice el mal uso en los casos que se cuente con legislaciones acordes. Por último, fomentar justamente leyes más estrictas, que deben estar acompañadas con el impulso de la agroecología en todo el país. 

Leer también:
ComAmbiental: Glifosato y la volencia cientificista (mayo de 2015)

Fuente: http://www.comambiental.com.ar/2016/07/en-el-rio-parana-venia-navegando-el.html#more

miércoles, 16 de marzo de 2016

PEQUEÑOS GIGANTES: VECINOS DE ENTRE RÍOS VS. AGROTÓXICOS

PEQUEÑOS GIGANTES: VECINOS DE ENTRE RÍOS VS. AGROTÓXICOS

Donde los cuerpos gritan. Los casos de Basavilbaso y San Salvador
Por Catalina de Elía, periodista.(esperamos no se enoje, publicamos su nota sin pedirle permiso!!)
PH: PABLO PIOVANOCostó arrancar la nota con Fabián Tomasi. Estaba parado justo con su foto detrás.  Era la muestra de Pablo Piovano en el Palais de Glace y se había venido de Basavilbaso, su pueblo en la provincia de Entre Ríos, solo para este evento. Lo acompañaban Nadia, su hija de 21 años, y su mamá de 80. La sala estaba llena y todos se acercaban a saludarlo. Desde una Madre de Plaza de Mayo hasta familiares y víctimas directas de los agrotóxicos. Se sacaban fotos con él y también le sacaban fotos a su foto. Las dos imágenes hablaban solas. Fabián es el rostro viviente del deteriorio físico. Es un hombre que perdió sus dos manos y que padece una polineuropatía tóxica severa.  También es el rostro de aquel que nunca abandona su integridad. Solo bastaba verlo ahí parado. Le respondió con una sonrisa a todos los que lo saludaron porque quiere que lo escuchen, quiere gritar lo que vivió y que se sepa lo que está sucediendo.
“Me intoxiqué con biocidas cargando aviones para fumigar. Yo era peón rural, trabajaba en short, remera, en patas…hasta comíamos junto al avión. Lo hice por un año. Hasta que un día me empezaron a doler mucho las manos. Ahí empezó todo”, relató Fabián a este blog. Fue diez años atrás. Y en ese momento fue a distintos médicos hasta que le diagnosticaron lo que tenía. “La llaman también la enfermedad del zapatero’ y es por aspirar solventes. Es lo que afecta a los chicos que aspiran pegamento. Este trabajo lo hice por un año. Pero con diez minutos hubiese bastado para que me pase lo que me pasó. Estamos hablando de veneno”, contó Fabián. Lo echaron apenas se enfermó y él nunca quiso hacerle juicio a la empresa a pesar de estar seguro de que lo hubiese ganado. “O le enseñaba a mi hija cómo era defender la verdad, que es una y no otra, o cobraba. Si yo cobraba el juicio yo no hubiese podido hablar de vida y de verdad porque me hubiese convertido en un negociador. Yo busco tratar de salvar a los chicos porque nos están dejando morir y nadie se hace cargo”.
Fabián también perdió a su único hermano que murió de cáncer. Y hoy vive gracias a una jubilación mínima que le otorgaron por su enfermedad. “Y esto recién empieza. No se va a hablar nunca de esto cuando hay un lobby entre los medios grandes, la política, justicia y medicina. Todos callan. Porque todos tienen parte de este negocio fantástico sino fuera que causara tanta muerte. Más en estos lugares que tenemos tierras tan buenas y que tenemos políticos tan degradables que no se ponen a pensar. Mientras las tierras den, esto no va a cambiar”, se lamenta Fabián. Pero él dice que no va a parar hasta que se quede ronco.
Basavilbaso, la ciudad donde vive Fabián, está ubicada en el centro este de la provincia de Entre Ríos. Queda a unos 300 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires. Y es una zona rodeada de sembradíos de soja, maíz, arroz. Los vecinos cuentan que antes de la llegada de los agrotóxicos, una imagen típica eran las luciérnagas y los focos de luz llenos de bichitos cuando estaba por llover. También los campos verdes, llenos de flores, animales y mariposas. “Todo eso ya no está”, relata a este blog Mariela Leiva vecina y docente de esa ciudad. “Ayer, por ejemplo, viajaba en auto con una amiga de Rosario del Tala, una ciudad que está cerca de Basavilbaso y de la que nos separa el río Gualeguay. Y la banquina desde Rosario del Tala hasta el río estaba totalmente fumigada y seca. Una banquina. Y la otra verde por completo. Entonces le digo a mi amiga `qué casualidad, una banquina amarilla y la otra verde’”, cuenta. Mariela Leiva es directora de la Escuela Rural Nro. 44 de Basavilbaso y recuerda que cuando ella arrancó a trabajar allí en 2008 el lugar estaba rodeado de eucaliptus y que era muy bonito a la mañana escuchar los loros y el canto de los pajaritos. Que también se veían zorros y que los chicos jugaban con los lagartos. “Hoy te puedo asegurar que ya no hay nada, solo animales muertos. Nosotros vemos cómo se va muriendo todo y solo pasaron ocho años. Es muy poco tiempo”
Mariela tiene 44 años, está casada, tiene dos hijas pero dice que sus alumnos también son sus hijos. “Esa es mi familia y por eso también mi lucha”, contó. Ella es directora de una escuela de personal único. Y hasta diciembre de 2014 en ninguna ocasión había tomado cartas en el asunto. “Es que nunca habíamos tenido un problema que nos tocara como para hacernos reaccionar”, dijo. Hasta el 4 de diciembre de 2014. Era un día caluroso allá en el campo y sobre todo en la escuela. Las clases se dictan de 13hs a 17hs. De repente uno de los nenes gritó “seño anda volando un avión” y ahí empezó todo. Era una avioneta fumigadora. Una de las alumnas empezó a vomitar. Otros empezaron con mucho dolor de cabeza y mareos. Todos muertos de miedo. Mariela no entendía bien que pasaba. “Hasta que salí y ví al avión a 20 metros nomás haciendo la aplicación”, contó con los ojos llorosos. Llamé a la policía, al hospital y a los padres. Después de un rato llegaron todos. “Había una nena que me causó una impresión terrible, no me olvido más esa imagen. Estaba tirada sobre el pupitre toda mareada. Y a todo eso súmale mi impotencia de no poder hacer nada porque estaban todos ahí, pero el avión seguía fumigando”.
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Rápida de reflejos, Mariela hizo que la médica que atendió a los chicos dejara constancia del cuadro de intoxicación que habían sufrido. La denuncia se realizó en la Fiscalía de Concepción del Uruguay ya que el oficial que debía tomarla no se encontraba en la comisaría de Santa Anita. Hubo un fiscal, Pablo Bur, que empezó a investigar rápidamente pero luego lo reemplazaron y todo se frenó. Hoy la causa está en etapa de investigación. “Te puedo decir en marzo de 2016 que nosotros todavía no sabemos si tenemos agroquímicos en sangre. Además siguen vehículos de arrastre de fabricación casera que no están matriculados”
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Adjuntamos documentación sobre el caso denunciado por Mariela Leiva: denuncia y certificados médicos sobre la intoxicación de los alumnos por fumigación. Basta con hacer click
“Yo creo que recién está empezando a conocerse lo que sucede. Necesitamos que los medios concentrados puedan romper ese silencio cómplice e informen con honestidad sobre esta cuestión”, dijo el fotógrafo Pablo Piovano a “Voces Excluidas”. Pablo es fotógrafo de Página 12, pero por decisión personal en 2014 partió de viaje por Entre Ríos, Misiones y Chaco en busca de las historias personales que ilustran todo lo que venía leyendo sobre los agrotóxicos en medios independientes. Así fue como, después de muchos viajes, compromiso y trabajo con las familias afectadas, finalmente llegó al Palais de Glace con su muestra “El costo humano de los agrotóxicos”, lugar donde lo entrevistamos para este blog.
Piovano nos relató que a través de la fotografía entiende que puede ser un instrumento más para todas las pruebas que están llegando de la academia y de los abogados para todo ese movimiento que se está gestando para denunciar qué sucede en esta tierra. Y aclaró: “no soy un militante, esa es una excusa de las corporaciones, un lugar de falsedad en la que nos ponen las grandes empresas y el poder político. Este trabajo es un trabajo documental, periodístico. Y siempre voy a querer estar cerca de las personas que luchan, de las que levantan la bandera de algo digno”.
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El fotógrafo contó también que en San Salvador, Entre Ríos, se encontró con una gran cantidad de casos de enfermos de cáncer que se repiten de manera alarmante. “Hemos visto 14 casos de cáncer en 4 cuadras. Era muy fácil dar con las víctimas. Era caminar unas cuadras y encontrarlos”, describió Piovano. Al referirse a las empresas que operan en las zonas que él recorrió expresó: “Hay muchas. Pero acá hay 25 corporaciones que han entrado luego del 96 cuando Argentina prueba con Monsanto la entrada de la soja transgénica y el uso del herbicida glifosato. Desde ese momento, se abrieron las puertas del país y a la región para que nuestro país sea un espacio de experimentación y para que nuestros cuerpos sean territorios también de experimentación”.
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Andrea Kloster tiene 48 años, vive en San Salvador y es referente de la organización “Todos x todos”. Se involucró en el tema de los agrotóxicos después de la muerte de una amiga que sufrió un tumor cerebral fulminante. “Vi enfermar y morir a mucha gente de cáncer, desde 1996 se empezaron a ver cada vez más casos. Pero a fines de 2012 me impacto la cantidad de niños. Gente sana, deportistas, que de repente tenían cáncer”. Y ahí es que junto con otros vecinos afectados y preocupados por el mismo problema comenzaron con su lucha.
La mamá de Iván Alcides murió en 2004 a raíz de un cáncer de útero. Y el médico les preguntó si estaban en contacto con algún pesticida. Y a su familia le llamó la atención la pregunta. Pero lo dejaron pasar porque eran chicos sus hijos cuando eso pasó. Pero hoy comprenden la dimensión de lo que sucede. “El porcentaje de cáncer en San Salvador supera a lo normal. Tarde o temprano nos toca a cualquiera de nosotros”, le dijo Iván a este blog.
San Salvador es la ciudad cabecera del departamento que lleva el mismo nombre de la provincia de Entre Ríos. Según el censo de 2010, tenía un poco más de 13 mil habitantes. La ciudad fue fundada el 25 de diciembre de 1889.  Se inscribe en una de las tantas ciudades agroindustriales de la zona. Su rasgo singular pasa porque la especialización en la producción de arroz. Precisamente porque concentra el 75% de esa producción en nuestro país, se la conoce como la “Capital Nacional del Arroz”. A partir de mediados de los años ’90 todo comenzó a cambiar de la mano de lo que se conoce como la “Revolución Biotecnológica”. Es decir, la aplicación de la industria agropecuaria de tecnología de semillas genéticamente modificadas y de productos químicos que eliminan las  malezas y, en consecuencia, permiten que los cultivos crezcan en libertad y maximicen su potencial productivo.
PH. PABLO PIOVANO
La Revolución Biotecnológica tuvo múltiples impactos en el país porque redefinió la agricultura. Generó el ingreso al negocio de los “pools”, palabra que aloja a inversores no vinculados a la agro técnica tentados por los precios internacionales. Cambió el paisaje agrario en la medida que generó una marcada concentración de la tierra. Las semillas transgénicas y los agrotóxicos lo modificaron todo. Dentro de la multiplicidad de impactos generados, hay uno que pese a la encarnizada lucha de los vecinos no obtuvo la luz que merece: los impactos en la salud de los agroquímicos.
Según Laura Pérez Frattini, investigadora en el Instituto de Geografía Dr. Romualdo Ardissone y docente de la cátedra de Geografía Rural de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, la Revolución Biotecnológica consiste en la implementación en la producción agraria de semillas genéticamente modificadas. La modificación genética tiene que ver con generar variedades resistentes a la aplicación de agroquímicos de modo tal que la planta cultivada quede a salvo cuando es fumigada, mientras las malezas mueren. “Para que esta “agricultura moderna” sea exitosa y rentable, además de las nuevas variedades de semillas y los agrotóxicos concomitantes, el agricultor debe pagar por todo un paquete tecnológico que va desde riego suplementario hasta el uso de maquinaria de importación.”, explica. En Argentina, este proceso se inscribe (y no por casualidad) en el marco de las políticas de liberalización y desregulación de los mercados promovidos por el Plan de Convertibilidad de 1991.
Muchas ciudades del interior de nuestro país denuncian sus efectos en la salud.  Las “Madres de Ituzaingó” se ocupan de cuanto ocurrió en el barrio homónimo de Córdoba, El “Movimiento Campesino de Santiago del Estero” de los estragos en el monte santiagueño, el “Centro de Estudios Nelson Mandela” de Chaco, los vecinos de Bignad en Santa Fé hacen lo propio con su terruño, en Formosa la gente de Colonia Loma Senés hace lo mismo. Este blog escogió ocuparse de dos ciudades entrerrianas: Basavilbaso y San Salvador. Pero esa elección no obtura la gravedad del fenómeno en términos globales.
San Salvador, la “Capital Nacional del Arroz”, comenzó a cambiar su perfil a partir del boom sojero de la primera década del siglo XXI. La proporción pasó de 8 mil hectáreas de arroz contra 30 mil de soja. Que 38 mil hectáreas sean sometidas a la Revolución Biotecnológica implica que la ciudad permanece, literalmente, envuelta en agrotóxicos desde arriba y desde abajo. Los suelos son el terreno para las semillas genéticamente modificadas y el aire el espacio par que los agroquímicos liberen la tierra de las molestas malezas que afectan el potencial productivo de las semillas.
La peligrosidad aún no dimensionada en el uso de los agroquímicos excede al momento de su aplicación porque se incorporan a los ciclos ecositémicos. Según la docente de la UBA Laura Pérez Frattini, las mismas contaminan los suelos y las aguas superficiales, percolan hasta llegar a las aguas subterráneas, se esparcen en el aire, eliminan biodiversidad y llegan a la mesa de millones de personas contenidos en los alimentos. Además, cada vez se requieren mayores dosis de agrotóxicos porque las malezas también se vuelven resistentes.
El problema de San Salvador es parte de una perspectiva que atraviesa a toda la Argentina. El país registró durante los últimos años un fuerte crecimiento económico anclado en un modelo extractivo. Similar al del modelo “agroexportador” de fines del siglo XIX y principios del XX. La soja y la megaminería fueron los andariveles por los que se desplegó el crecimiento. Trajeron aparejado el ensanchamiento de la frontera productiva que se tradujo en la tala de bosques, el sacrificio del agua y la tendencia al monocultivo, en pos de la tasa de ganancia derivada de los precios internacionales de la soja.
“La expansión de la frontera agropecuaria se produjo con una violencia inusitada sobre las poblaciones locales y sus prácticas. La lucha de la comunidad Qom es quizás la que mayor visibilidad ha tenido pero no es la única”, expresó la docente de geografía rural Pérez Frattini a este blog.
El enfoque de “Voces Excluidas”
Sin embargo, a “Voces excluídas” le interesa abordar el problema desde otro lugar. Desde la tensión que se da entre el progreso científico que busca mejorar la calidad de la vida humana y las consecuencias de ese propio progreso que desemboca en una crisis ecológica de la humanidad. El tema no es nuevo. Se han ocupado de él la denominada “Escuela de Frankfurt” de la mano de una interpretación marxista del fenómeno, hasta el Papa Francisco en la encíclica “Laudato Si”. Ambas miradas coinciden en los riesgos derivados de aquella tensión entre la búsqueda del progreso para mejorar la vida y las consecuencias de ese progreso que en su búsqueda frenética amenaza con destruir la tierra y, por lo tanto, aquello que busca mejorar: la vida. Este perfil productivo, además, se inscribe en una matriz que subordina la existencia humana a una carrera individual por el éxito económico, apoyado en una sólida alianza que aglutina a poderosos agentes globales del capitalismo financiero como las empresas multinacionales proveedoras de servicios agropecuarios y los bancos, junto a grupo sociales de los países profundamente relacionados a ellos.
“A dos décadas de la aprobación en la Argentina de los eventos transgénicos los argumentos que afirmaban que la Revolución Biotecnológica vendría a solucionar el hambre mundial han demostrado ser falaces. En los países graneros la merma de diversidad que implica la adopción del monocultivo condujo a la pérdida de la soberanía alimentaria. ¿Y ahora todos comemos soja?: para nada. La mayor parte de la producción de transgénicos no está orientada a la alimentación humana. Con todo, la falacia radica en que el hambre en el mundo no es un problema de producción sino de distribución”, agrega la especialista en geografía rural Pérez Frattini.
Este fenómeno, además, es mucho más intenso en los países en desarrollo o subdesarrollados, en los que la necesidad de generar divisas debilita las regulaciones estatales. Y este punto es crucial. La debilidad estatal no sólo tiene que ver con las tenues actividades de control a la hora de permitir el uso de las semillas genéticamente modificadas y de los agentes tóxicos que las ayudan a desplegar su potencial productivo, sino que va mucho más allá. En efecto, se extiende a las áreas de la salud, de la justicia, a las autoridades locales y provinciales. Esta crónica no va a analizar las causas de la indiferencia estatal. Ellas pueden ser múltiples. Desidia, corrupción, temor. Pueden ser una de ellas, varias o una combinación de todas. Nos interesa contrastar la lucha de una comunidad que intenta conservar su ecosistema para poder vivir y el silencio estatal, porque más allá de algunas iniciativas individuales o generadas por la presión popular, la regla es la indiferencia estatal.
La madre de todos los problemas es el glifosato
El glifosato es el principio activo del producto herbicida conocido como Roundup, fabricado por la multinacional Monsanto que también patentó la semilla de soja resistencia a ese herbicida. Ese matrimonio es el que revolucionó la producción agropecuaria. El herbicida mata todo, menos la soja y otras semillas que también desarrollo la Monsanto.
San Salvador, Entre Ríos, sufre las consecuencias de este nuevo paradigma. Andrea Kloster lo resumió con envidiable nitidez “Somos un pueblo en el que los vecinos están muriendo como moscas”. Andrea y sus vecinos llevan adelante una batalla asimétrica: enfrentan al conglomerado de multinacionales que venden agrotóxicos y a la indiferencia oficial. Veamos algunos datos.
En 2010 hubo 58 muertes de las cuales 27 fueron de cáncer. En 2011 de las 80 muertes, 40 fueron de cáncer. En 2012, 22 de  52 y en 2013 19 de 59 fallecidos, murieron de cáncer.  En medio de las acciones vecinales a través de las marchas “Todos x Todos” y de la difusión que llevó adelante la “Red de Pueblos Fumigados”, la municipalidad ordenó estudiar la red pública de agua potable y el informe concluyó que los tanques estaban contaminados con materia fecal. No obstante, los vecinos señalaron otros riesgos. Sobre todo, porque el principal foco de muerte es el barrio “Centenario”, contiguo a un hangar desde el que despegan los aviones que fumigan los cultivos. Como dijimos, el aire, el agua, el ecosistema salvadoreño quedó envuelto en la Revolución Biotecnológica. Los poros de los salvadoreños están contaminados. El glifosato es la estrella de esta revolución.
Según el médico investigador principal del Conicet, Andrés Eduardo Carrasco, que declaró en el caso emblemático por contaminación derivada de fumigaciones que llevó adelante la Cámara Criminal de Córdoba por la que condenó a los imputados por el delito de contaminación ambiental en septiembre de 2012: “el glifosato no se degrada en tierra rápidamente, lo que ha demostrado en su trabajo la Dra. Pizarro, sino que queda mucho tiempo.  No es biodegradable y pasa a la sangre sea por alimentación o por consumo de alimentos a la vía digestiva o por vía inhalatoria y permanece en ella de 10 a 14 hs. y parte queda en los tejidos y nunca sale” Expuso que  “Tiene un olor desagradable, produce picazón en las vías aéreas y trastornos digestivos y en la piel.  Señaló que es más difícil detectar lo crónico que lo agudo.  Lo crónico en una enfermedad como el cáncer o en una enfermedad neurodegenerativa requiere una cantidad de tiempo de desarrollo, por lo que debe ser esto monitoreado permanentemente en la población cercana a los campos donde se están usando los químicos”. Pero Carrasco no está solo.  En marzo de 2015, el Centro Internacional de Investigaciones sobre el Cáncer – Órgano que actúa dentro del marco de la Organización Mundial de la Salud – concluyó que hay evidencias para clasificar al glifosato como “probablemente cancerígeno para los seres humanos”.
“Quizás lo más angustiante para las poblaciones que denuncian el riesgo de vida al que están expuestas a causa de las fumigaciones es que son voces sin experticia científico-técnica y por tanto desautorizadas por quienes detentan el saber. Así y todo, cuando han logrado hacerse oír ya sea por la fuerza de las evidencias, ya sea porque se han sumado a su reclamo discursos expertos (como el del Dr. Carrasco), las conclusiones de la Justicia han sido que el glifosato es tóxico si se utiliza de manera negligente pero totalmente seguro si es implementado con buenas prácticas. Así, se traslada el cargo y la culpa a agentes privados individuales y el Estado queda librado de cualquier responsabilidad”, explicó a “Voces Excluidas” Laura Pérez Frattini, investigadora y docente de la cátedra de Geografía Rural de la UBA.
El “NO judicial” y la indiferencia estatal
El contraste que no deja de asombrar a “Voces Excluídas” es precisamente esa trágica coincidencia entre la intuición popular, sostenida por el daño en los cuerpos y por la muerte, corroborada por la ciencia local y global pero irónicamente ignorada por las autoridades políticas. Sabemos que muchos concejos deliberantes municipales y legislaturas locales han debatido e incluso aprobado iniciativas legales para prohibir las fumigaciones cerca de las ciudades. También sabemos que hubo algunas intervenciones judiciales. Nos detendremos en ellas. Pero antes hay que hacer una aclaración técnica.
La estructura administrativa de nuestro país es federal. Ello significa que hay esfera de la vida pública cuya regulación corresponde a las provincias y otras al Estado federal. Pero hay una zona gris: las llamadas facultades concurrentes ¿Qué son? Son espacios en el que la potestad para legislar corresponde a las provincias y también al Estado federal ¿Cómo? Los daños ecológicos son un ejemplo. En este caso los municipios pueden dictar ordenanzas reglando algunas actividades locales. Pero también puede hacerlo la provincia con respecto a todo el territorio provincial. Además, como se trata de una cuestión de medio ambiente, el Estado federal puede actuar también en la materia. La única condición legal es que ninguno de los tres tipos de ley contradiga a la otra.
¿Cuál es la explicación de estas capacidades concurrentes? Cuando se incorporó la provincia de Buenos Aires a la “Nación Argentina” en 1856 se estableció en la Constitución que los estados provinciales conservan todo el poder no delegado al Estado Federal. La chance de preservar el medio ambiente no fue delegada. Por lo tanto, las provincias y los municipios pueden actuar. Pero como el medio ambiente es en cierto modo un lugar común para todos, la propia carta magna reconoce el derecho a un medio ambiente sano. Así, las tres organizaciones administrativas posibles del Estado: municipal, provincial y federal pueden y deben proteger el medio ambiente.
Una mirada rápida lleva a pensar que no hay excusa para no cuidarlo porque todos pueden actuar de acuerdo a su nivel. Pero en rigor de verdad, la evidencia implica que la multiplicidad de competencias no se tradujo en eficacia. Además, ese entramado de potestades vuelve más difícil detectar intervenciones judiciales. El resultado es que la Ley federal de Residuos Peligrosos 24.051 rige pero no se cumple prácticamente. De modo que, al final de cuentas, la regulación múltiple termina siendo funcional a las violaciones que debe proteger y sancionar. Casi no hay condenas y no existen registros públicos que contengan y clasifiquen los actos judiciales municipales, provinciales y federales.
“Voces Excluidas” de todas maneras detectó algunas intervenciones del sistema judicial.
* Durante 2003 en la ciudad de Colonia Senés, Formosa, la jueza Silvia Amanda Sevilla fue la primera juez en ordenar el cese de las fumigaciones. En diciembre de 2007 fue echada de su cargo.
* En diciembre de 2008, la justicia cordobesa prohibió fumigar en a 500 metros por tierra y 1500 por aire, en el barrio Ituzaingó.
*El Juzgado en lo Civil, Laboral y Comercial de San Jorge, provincia de Santa Fe, en junio de 2009, hizo lugar a un amparo presentado por los vecinos y prohibió aplicar agroquímicos en un radio de 800 metros de un barrio de viviendas en forma terrestre y de 1500 por aire.
*El Juzgado en lo Civil y Comercial N° 10 de Resistencia, provincia de Chaco, ordenó el 29 de abril de 2010 suspender la fumigación en las ciudades de La Leonesa y Las Palmas, en un radio de 1000 metros en caso de fumigaciones terrestres y 2000 aéreas.
* En septiembre de 2011, el Juzgado Correccional 2 prohibió en septiembre de 2011 fumigar a menos de 300 metros por tierra y 1500 por aire en Antillas, Salta.
*La Corte Suprema de la provincia de Buenos Aires en agosto de 2012 prohibió fumigar a menos de 1000 metros de un barrio en la ciudad de Alberti
*La Cámara 1 del Crimen de la provincia de Córdoba, el 4 de septiembre de 2012 a Jorge Alberto Gabrielli y Francisco Rafael Parra, porque ordenaron fumigar con un derivado del glifosato campos en un radio que no traspasó los 1500 metros de la zona urbana, como lo exigía la normativa municipal, a la pena de 3 años de ejecución condicional, por violar el artículo 55 de la ley 24.051 que reprime, precisamente, la acción de quien derrama residuos peligrosos para la salud. La condena fue ratificada.
Esta recolección de datos realizada sin mayor rigor metodológico muestra que el sistema judicial es, como mínimo, indiferente a los problemas que surgen de la aplicación de agrotóxicos. En efecto, no hay registros oficiales y las resoluciones halladas son medidas cautelares. Técnicamente son provisorias y siempre dependen de un juicio posterior largo y tedioso, de los que se desconocen los resultados. No se ve a las agencias públicas actuar de oficio; cuando lo hicieron, fue por la presión popular de las víctimas que a través de abogados particulares presentaron acciones de amparo que desembocaron en las medidas cautelares reseñadas. La Unidad Fiscal de Investigaciones en Materia Ambiental, de la Procuración General de la Nación ni siquiera menciona, en el informe sobre su actuación en el año 2014 –último disponible- el problema de los agroquímicos a nivel federal. Una actitud similar surge tras compulsar el Centro de Información Judicial de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Basta colocar en el buscador el número de la ley (24.051) para no hallar resultados.
Esta periodista de “Voces Excluidas” intentó comunicarse con el Presidente de la Corte Suprema Ricardo Lorenzetti para preguntarle sobre esta cuestión pero hasta el momento de la publicación de la nota no tuvo éxito. Asimismo, pidió respuesta a voceros de la empresa Monsanto pero no las obtuvo para el horario de la publicación de la nota.
Por el contrario, accedimos a hablar con el ministro de Medio Ambiente, el rabino Sergio Bergman, quien se refirió al tema: “el abordaje lo tenemos que diferenciar en tres niveles que, a veces, se superponen. El primero es la autorizacion al uso de los agroquímicos. Este plano incluye todo lo que tiene que ver con los que están autorizados así como también con la vulnerabilidad de nuestras fronteras porque muchas veces hay muchos agroquímicos que entran a la Argentina de contrabando”. Bergman aclaró que no importa la escala porque muchas veces es extensiva y muchas veces es de pequeños productores. Y concluyó que en el país hace falta, sin dudas, debate parlamentario sobre el tema y una ley de agroquímicos más ajustada a la realidad preservando la salud de las comunidades.
La segunda dimensión de la que habló el ministro de Medio Ambiente tiene que ver con la aplicación de los agroquímicos. “No hay una ley de jurisdiccion federal sobre cómo se aplican, está descontrolada la reglamentación y no tienen los suficientes monitoreos y controles”, le dijo Bergman a este blog. No discernir estas dos categorias genera perjuicios para la salud de la población pero también la industria es la que pierde. Pierden todos. Afirmó el rabino.
La tercera dimesión que describió Bergman es la referida al cambio de paradigma global. “Nuestros prueblos originarios hablan de la Pachamama, del concepto de ecología integral, de que somos parte de una sola unidad indivisible y del que degrada el ambiente degrada lo humano”. Esta visión nos va a llevar a que también en esta materia volvamos a economías regionales y privilegiemos la preservación tanto de la salud como de la cultura.
Esta conclusión invita al debate…
Una canción de Viejas Locas dice: “si tocan el botón nos vemos en el infierno”. Aquí podríamos cambiar ese título, pero no su sentido. Diríamos: si no tocan el botón, vamos al infierno. Esto es duro, pero es así. Si no se coloca en la agenda pública la discusión sobre el incremento sin límite de la producción agropecuaria en base a las nuevas tecnologías en desmedro del medioambiente y de la salud, es casi indiscutible que esta querella existencial entre la vida y la muerte la gane la muerte.
Y la prueba de ello, entre muchos otros, los cuerpos de nuestros entrevistados. También la desidia estatal y la indiferencia judicial y mediática ante corporaciones tan poderosas que siembran el miedo incluso entre los propios afectados. Pero como decía Hanna Arendt en uno de sus textos, aún frente a estas adversidades los seres humanos conservamos la acción que tiene la singularidad de ser impredecibles. Cada comienzo es infinito. Y quizás, la acciones de las víctimas sean las que contengan el germen que invierta la relación entre la vida y la muerte…
*Tres aclaraciones a los lectores: 1) Las fotos en blanco y negro fueron tomadas de las fotos de Pablo Piovano en su muestra.  2) Este blog es nuevo y aún no sé cómo usar las sangrías 3) Esta es una primera aproximación al tema. Habrá otras notas e invito a los lectores al debate y a la reflexión…
Fuente: http://www.fundavida.org.ar/web2.0/pequenos-gigantes-vecinos-de-entre-rios-vs-agrotoxicos/

miércoles, 26 de agosto de 2015

La ambientalista Sofía Gatica, disertará este sábado en Chajarí



Este sábado, a las 19, en el salón del Consejo Profesional de Ciencias Económicas de Chajarí (Moreno 920), disertará Sofía Gatica, militante ambientalista reconocida mundialmente. Con la organización del Foro Waj Mapu, Gatica, la única argentina ganadora del “Premio Goldman” se referirá a la lucha que lleva desde hace tiempo en defensa del medio ambiente.
Es importante destacar que el “Premio Golman”, al que también se denomina “Premio Nobel Verde”, se concede anualmente como recompensa a defensores de la naturaleza y el medio ambiente. Repartido en seis categorías en función de la zona geográfica: África, Asia, Europa, las naciones insulares, América del Norte, América Central y América del Sur.
Sofía Gatica es cordobesa, y organizó a las mujeres del barrio Ituzaingó Anexo para frenar la fumigación indiscriminada en los campos de soja colindantes. Afirmó en una de las tantas notas que se le han realizado, que comenzó su lucha porque sus hijos estaban en riesgo. Había fallecido su hija con malformación de riñones y su hijo no podía caminar después de cada fumigación, además su sobrina murió de cáncer. De manera que lideró la investigación en un grupo conformado a tal efecto, denominado “Madres de Ituzaingó”. En esa tarea puerta a puerta descubrió que algunas familias tenían hijos con malformaciones, otras con cáncer, otras hermanos con leucemia, maridos fallecidos por cáncer etc. No le resultó sencillo lograr el apoyo del barrio, ya que varios de los habitantes reciben planes sociales que se financian con las retenciones a la soja. Pero hubieron más dificultades, desde la negación del gobierno a dar respuestas al problema, las amenazas de los sojeros, hasta las presiones en la comunidad. Los hijos de Gatica fueron amenazados y también ella misma. Un día incendiaron parte de su casa. En otra oportunidad, desconocidos balearon su perro. Y no fueron estos los únicos problemas sufridos por esta luchadora.
Gatica no duda que la gente de su barrio se enfermaba por el envenenamiento de la soja transgénica y el uso de glifosato. En una nota que le realizaran y fuera publicada por Greenpeace de España hay una afirmación terrible: “Hay muchos niños que están naciendo con malformaciones, familias enteras con tumores en la cabeza y cáncer. El 33 por ciento de la gente que fallece en nuestro barrio es por tumores y el 80 por ciento de los niños tienen agroquímicos en la sangre”.
Su reacción contra Monsanto en Argentina se produjo cuando las comunidades vecinas a cultivos de soja transgénica comenzaron a notar un sospechoso aumento de muertes por cáncer y de casos de nacimientos con malformaciones congénitas.
La lucha logró que se apruebe una ordenanza municipal que prohíbe las fumigaciones aéreas en Ituzaingó a una distancia menor de 2.500 metros de las viviendas.
Hoy, Gatica encabeza el denominado “Acampe por la Vida”, una ocupación autogestionada del predio elegido por Monsanto en el barrio Malvinas Argentinas, a 15 km de la ciudad de Córdoba. El acampe ha impedido que se construya allí una planta de tratamiento de semilla. 
Fuente: http://www.chajarialdia.com.ar/nota.php?id=31710

martes, 12 de mayo de 2015

Glifosato y la violencia cientifista

La visita del autor de "Comer sin Miedo" a la Argentina provocó reacción y polémica. Un par de escraches de militantes en la Feria del Libro y en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) sirvieron para re-abrir la caza del "terrorismo ecológico". Mensajes de solidaridad se multiplicaron desde España, desconociendo el contexto dramático de los pueblos fumigados en Argentina. Así, el repudio a cualquier "amenaza" que el divulgador Juan Manuel Mulet pudiera haber sufrido no es motivo para ocultar una crítica necesaria. Se trata de la violencia que genera en el territorio la llamada "verdad cientificista". La defensa a ultranza del glifosato se refleja en un desprecio explícito al trabajo de Andrés Carrasco, incluyendo el hecho de que cita trabajos en idioma español. Es que para Mulet, a pesar de su nacionalidad: "El idioma de la ciencia es el inglés". Tal vez, podría agregarse: ¿el inglés con acento Monsanto?

ANÁLISIS
Por Eduardo Soler

El cientificismo cree que la verdad está encerrada en el laboratorio.

¿Quién es el personaje que decidió no asistir a una charla en la UNC porque -según expresó- había recibido amenazas de muerte? Así habla Mulet sobre las críticas al uso del glifosato: "se agarran como clavo ardiendo a un artículo del recientemente fallecido Andrés Carrasco, más trucado que la moto de un rocker". Este divulgador pretende conservar el efecto de sentido del cientificismo junto con el estilo de cualquier actor de stand-up. Una combinación explosiva que es preciso distinguir.

Para ello, nos valdremos de los conceptos vertidos en otra nota más extensa de Mulet: "Glifosato, mentiras y blog ecologistas". Allí el divulgador critica la denuncia ecologista de que los investigadores respondan a los intereses de Monsanto. Y detalla: "Personalmente como científico, me ofende bastante esta afirmación, entre otras cosas por qué yo tengo un artículo publicado sobre el glifosato que hice en mi tiempo libre sin ningún tipo de financiación". ¿De qué se trata este supuesto artículo científico?

El "artículo" de Mulet sobre el glifosato


Desde el principio, debe quedar en claro que el texto en cuestión no es un artículo científico como tal, sino una breve carta al editor, donde Mulet explaya sus críticas al trabajo del equipo de Carrasco (que sí es un artículo revisado por pares). Aún así, veamos sus argumentos. El eje que se destaca no es la refutación de la investigación realizada, en base a estudios propios, como se espera que se haga según el método científico. Más bien, se dedica a desdeñar los alcances del artículo, tachando los antecedentes que el equipo de Carrasco cita en la introducción y en las discusiones.

Así, para Mulet, la investigación no tiene validez, en primer lugar, porque retoma trabajos que no son científicos. Señala tanto que Carrasco osa mencionar "literatura política relacionada al ambientalismo" que no fuera publicada -a su vez- en una revista científica. No obstante ello, también descalifica otra cita, porque se trata de un estudio epidemiológico publicado en una revista de pediatría, y no de toxicología.

Relacionado con ello, en segundo lugar, toma como argumento que estos antecedentes fueron escritos en español, ya que eso habría imposibilitado la revisión científica del artículo. No es un detalle menor, ya que hace énfasis en este aspecto, en dos o tres pasajes de su breve texto. Desliza también que son trabajos escritos en países como Paraguay. "El inglés es el idioma de la ciencia", afirmó el propio Mulet en respuesta a nuestro señalamiento.

Sintetizando: La investigación de Carrasco sí se publicó en una revista de Toxicología, luego de las críticas recibidas en su momento por haberlo difundido primero por medios de comunicación, pero al parecer -para Mulet- sólo puede citar otros artículos de la especialidad científica. El trabajo de Carrasco estaba escrito en inglés, pero al parecer -según Mulet- para que sea considerado científico tampoco puede estar "contaminado" por antecedentes escritos en español, mucho menos si se refieren a un hospital de Paraguay.

Cáncer científicamente comprobado


Para lograr la comprobación científica que Mulet sugiere, quizá necesitaríamos experimentar directamente con seres humanos, en condiciones de laboratorio, para satisfacer los requisitos de cientificidad requeridos por el divulgador. Y, luego de ello, por supuesto, escribirlo en inglés y lograr su publicación por una revista científica, pero sin mencionar estudios epidemiológicos o cualquier otra fuente que no sea científica. Sin embargo, no encontramos salvedades acerca de los trabajos financiados por Monsanto u otras empresas directamente interesadas en el resultado de las investigaciones. De hecho, otras cartas al editor por el artículo de Carrasco fueron firmadas por científicos de esa corporación.

Volviendo al requisito de la experimentación, ese es justamente el problema señalado en su momento por Carrasco, ya que debe considerarse el uso que se da al glifosato en el país, evidentemente asociado a los cultivos transgénicos en un país con un modelo agroexportador. Por eso decía en su primer entrevista con Darío Aranda, justamente: "No en todo el mundo hay tan enorme cantidad de hectáreas con soja como se da en la Argentina. Hay casi 18 millones de hectáreas. Desde el punto de vista ecotoxicológico, lo que sucede en Argentina es casi un experimento masivo".

Carrasco nunca negó estar influido por las denuncias de los pueblos fumigados, sino todo lo contrario, se consideró el científico de los pueblos. Hizo desde su rol como investigador lo científicamente posible para demostrar la toxicidad del glifosato, utilizando modelos de anfibios, validados por la imposibilidad de experimentar con humanos: "Los modelos animales de vertebrados que hoy se usan en la investigación embriológica tienen una mecánica del desarrollo embrionario temprano y una regulación genética común. Los resultados deben ser considerados extrapolables cuando un impacto externo los altera".

En una reciente entrevista de Soledad Barruti, también el bioquímico Horacio Lucero explicaba la dificultad de delimitar las relaciones causa-efecto: "En primer lugar porque por supuesto no se puede experimentar en humanos, tenés que experimentar en animales con modelos adecuados como los anfibios que tienen el mismo proceso de embriogénesis que nosotros. En segundo lugar porque si vos acotás tu investigación a la población expuesta para que sea inapelable deberías aislar a esa población, procurar que no esté expuesta a ninguna otra sustancia, y luego establecer una relación entre la exposición y el daño. Es algo que podés hacer experimentalmente: agarrar anfibios y exponer las células al contaminante".

Experimento masivo o Precaución


En respuesta a esta incertidumbre científica, desde la filosofía y el derecho ambiental se antepone el principio de precaución. Porque mientras se espera que avance este "experimento masivo" en los pueblos fumigados, son personas reales las que sufren. En realidad, el fundamento original de la ciencia se basa en el falsacionismo, por el cual nunca se obtienen "verdades" absolutas, sino que se descartan mentiras o falsedades. En ese caso, incluso, se podrían solicitar investigaciones científicas que demuestren que el glifosato no representa un riesgo sanitario, en vez de pedir lo contrario.

Si no se lo hace, es porque la tecnociencia contemporánea trabaja mayoritariamente al servicio de las grandes corporaciones. En el caso de la biotecnología, a partir del negocio de las patentes. Ese es el caso de Monsanto con el glifosato, que no es el único pero sí resulta emblemático. En tal sentido, el argumento de Mulet es poco convincente. Si bien es cierto que la licencia sobre el agroquímico expiró hace años, el negocio principal consiste en las regalías sobre las semillas. Por eso el fuerte lobby sobre la Ley, y la solución transitoria de cobrarle directamente al productor.

Pero si no fuera así: ¿Cómo se puede explicar el interés manifiesto de Monsanto primero en contra de las investigaciones de Carrasco y recientemente negando la validez del informe de la OMS? Hemos demostrado largamente en Ecología Política del Glifosato en Argentina cómo la influencia de Monsanto perjudicó el informe oficial del Ministerio de Ciencia sobre la toxicidad del glifosato. Allí el problema principal son las fuentes, porque utiliza estudios patrocinados por Monsanto. Justamente, los que la OMS rechazó utilizar por motivos éticos, y que Mulet no encuentra inconvenientes en citar como prueba de la inocuidad del glifosato.

¿Mate o Glifosato? El periodismo científico

La última falacia cientifista es evidente. Para Mulet, solicitar que se prohiba el glifosato sería lo mismo que pedir prohibir el mate, porque ambas sustancias presentan posible riesgo para la salud humana según la OMS. Pero aquí justamente, las investigaciones sobre la yerba mate -aunque cuestionables, también- se desprenden del consumo humano, muy extendido en el país. Por el contrario, como mencionamos, los estudios sobre el glifosato no pueden hacerse directamente sobre humanos, porque claramente su efecto tóxico es mayor, y representa un límite ético que la ciencia no puede traspasar. Recientemente, se observó un video donde un defensor del agroquímico decía que se podía tomar el glifosato, pero se negó a aceptar un vaso. ¿Qué preferirá el divulgador español: una copa de glifosato o una ronda de mates?

La experiencia nos demuestra así que cuando algunos divulgadores o periodistas científicos se aferran a la verdad cientificista que sólo pueden demostrar los papers (artículos científicos, en revistas selectas, escritas en inglés) estamos muy cerca de confundir la realidad con nuestro conocimiento -aunque científico, siempre precario- de esa realidad compleja. De ese modo, esta especialización periodística corre el riesgo de transformarse en -tal vez- el último bastión de un periodismo que se piensa a sí mismo como profesional, objetivo y neutral. Nada más peligroso, sobre cuando se trata de develar los propios riesgos generados por la tecnociencia.


Ecoterroristas y científicos malos

El incidente ocurrido en la Universidad Nacional de Córdoba (UNC) disparó por las redes sociales una denuncia al "terrorismo ecológico". En una carta dirigida a los medios, Mulet expresó que no se pudo "garantizar su seguridad" por "amenazas recibidas por las redes sociales". Y se despachó: "No tengo vocación de mártir y quiero ver crecer a mi hija". Quien lideraba las protestas era Sofía Gatica, la Madre de Ituzaingó que sí perdió una hija a causa de las fumigaciones. 
Sofía Gatica, quien por intervención de Mulet a la Embajada de España fue dada de baja en las redes sociales, publicó su propia carta pública: "Llamativamente a científicos como el doctor Medardo Ávila Vázquez se lo pretende sumariar por sus investigaciones sobre transgénicos, al doctor Carrasco en vida se lo intentó desprestigiar de una y mil formas, a las organizaciones de gente común que nos organizamos desde abajo para reclamar nos dicen “fundamentalistas” y a las “Madres de Ituzaingó”, las “locas”".
La mención a Medardo Ávila Vázquez se relaciona con el conflicto que sucede en el seno de la propia UNC. En su blog, también Mulet difundió una resolución del Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Medicas donde censuraban como "no científico" el trabajo epidemiológico coordinado por el investigador citado. También el estudio fue desautorizado por el decano de la Facultad de Ciencias Agropecuarias, que en agosto del año pasado firmó un convenio con Monsanto, que luego debió ser dado de bajo, sólo luego de la movilización popular. 
El estudio en cuestión se realizó en la localidad de Monte Maíz, de 8 mil habitantes, y demostró que -entre otros resultados- los casos de aborto espontáneo quintuplican el promedio nacional. Otro estudio de investigadores de la Universidad Nacional de Río Cuarto también constató la misma tendencia en poblaciones cercanas a campos fumigados con glifosato y otros agroquímicos. ¿Llegará un nuevo veto cientificista a esta realidad incómoda?

La pregunta final: ¿Se solidarizó Mulet y sus amigos cuando Carrasco sufrió repetidas amenazas y hasta "visitas" a su laboratorio por sus investigaciones científicas sobre el glifosato?

A un año de su muerte, vaya también este artículo como homenaje: Andrés Carrasco, el científico del pueblo.

Ver también:
ComAmbiental: Ecología Política del Glifosato en Argentina (2015)
Revista Anfibia: Contar la ciencia (2014)
ComAmbiental: Investigación tema glifosato, o la ciencia contra la ciencia (2009) 

domingo, 29 de marzo de 2015

Confirmado: la OMS ratificó que el glifosato de las fumigaciones puede provocar cáncer

“Hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos (linfoma no Hodgkin)” y por otra parte el herbicida “también causó daño del ADN y los cromosomas en las células humanas”. De ese modo, la Organización Mundial de la Salud confirmó lo que hace más de una década afirman pueblos fumigados, vecinos en lucha, organizaciones sociales y académicos que no responden al sector empresario. Detalles de informe, en esta crónica exclusiva para lavacaDarío Aranda.
Andrés Carrasco y las Madres de Ituzaingó, Córdoba. Las denuncias de vecinas y de científicos, ratificadas por la OMS
Andrés Carrasco y las Madres de Ituzaingó, Córdoba.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), máximo espacio internacional en materia sanitaria, acaba de alertar sobre la vinculación del herbicida glifosato (el más utilizado en el mundo) y el cáncer. Confirmó que existen “pruebas” de que el herbicida puede producir cáncer en humanos y en animales de laboratorio. “También causó daño del ADN y en los cromosomas en las células humanas”, alerta el trabajo científico y detalla que se detectó glifosato en agua, alimentos, y en sangre y orina de humanos. El glifosato se utiliza de manera masiva en soja y maíz transgénicos (entre otros cultivos) y desde hace más de diez años es denunciado por organizaciones sociales, campesinas, médicos y científicos independientes de las empresas.

300 millones de litros

En Argentina se aplica glifosato en más de 28 millones de hectáreas, volcando a los suelos más de 300 millones de litros de glifosato cada año. Los campos de soja transgénica, maíz y algodón son rociados con el herbicida  para que nada crezca, salvo los transgénicos. También está permitido su uso en cítricos, frutales de pepita (manzana, pera, membrillo), vid, yerba mate, girasol, pasturas, pinos y trigo. A partir del avance transgénico, aumentó geométricamente el uso del glifosato, desarrollado y comercializado inicialmente por Monsanto desde la década del ’70, aunque en el 2000 se venció la licencia y en la actualidad lo producen un centenar de empresas.
A medida que crecía la siembra de transgénicos, y mayor era el uso de agrotóxicos, se sumaban las denuncias por daños a la salud la salud. Caso emblemático de Argentina es el de las Madres del Barrio Ituzaingó Anexo en Córdoba, que incluso llegó a juicio penal con condenas para el productor y el fumigador. Y también se sumaron los estudios científicos que daban cuenta de abortos espontáneos, cáncer, malformaciones y afecciones agudas, entre otras consecuencias.

OMS

La Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer (IARC) es un ámbito especializado de la Organizaciones Mundial de la Salud (OMS). Luego de un año de trabajo de 17 expertos de once países, el 20 de marzo emitió un documento inédito: “Hay pruebas convincentes de que el glifosato puede causar cáncer en animales de laboratorio y hay pruebas limitadas de carcinogenicidad en humanos (linfoma no Hodgkin)”. Detalla que la evidencia en humanos corresponde a la exposición de agricultores de Estados Unidos, Canadá y Suecia, con publicaciones científicas desde 2001. Y destaca que el herbicida “también causó daño del ADN y los cromosomas en las células humanas” (situación que tiene relación directa con el cáncer).
El IARC-OMS recuerda que, en estudios con ratones, la Agencia de Protección Ambiental (EPA) de Estados Unidos había clasificado al glifosato como posible cancerígeno en 1985 pero luego (1991) modificó la calificación. Los científicos del IARC consideran que, desde la reevaluación de la EPA hasta la fecha, hubo “hallazgos significativos y resultados positivos para llegar a la conclusión de que existen pruebas suficientes de carcinogenicidad en animales de experimentación” y afirman que estudios en personas reportaron “incrementos en los marcadores sanguíneos de daño cromosómico” después de fumigaciones con glifosato.
El documento se llama “Evaluación de cinco insecticidas organofosforados y herbicidas”. Fue publicado en la sede del IARC en Lyon (Francia) y remarca que las evaluaciones son realizadas por grupos de “expertos internacionales” seleccionados sobre la base de sus conocimientos y sin conflictos de interés (no puede tener vinculación con las empresas). Publicaron un resumen de dos carillas y en breve estará el detalle en el denominado “Volumen 112 de las Monografías del IARC”.

En sangre y orina

La organización internacional recuerda que el glifosato es el herbicida de mayor uso mundial. Se utiliza en más de 750 productos diferentes para aplicaciones agrícolas, forestales, urbanos y en el hogar. Su uso se ha incrementado notablemente con el desarrollo de variedades de cultivos transgénicos y precisa que el agroquímico “ha sido detectado en el aire durante la pulverización, en agua y en los alimentos”. Y reconoce que la población “está expuesta principalmente a través de la residencia cerca de las zonas fumigadas”. Precisa que el glifosato se detectó en la sangre y la orina de los trabajadores agrícolas.
Con la nueva evaluación, el glifosato fue categorizado en el “Grupo 2A”, que significa en parámetros de la Organización Mundial de la Salud: “Probablemente cancerígeno para los seres humanos”. Esta categoría se utiliza cuando hay “pruebas limitadas” de carcinogenicidad en humanos y “suficiente evidencia” en animales de experimentación. La evidencia “limitada” significa que existe una “asociación positiva entre la exposición al químico y el cáncer” pero que no se pueden descartar “otras explicaciones”.
El IARC-OMS trabaja sobre cinco categorías de sustancias que tienen relación con el cáncer. El “Grupo 2A” es la segunda categoría en peligrosidad, sólo superada por “Grupo 1”, donde se ubican, por ejemplo, el asbesto y la radiación ionizante. “Por la nueva clasificación, el glifosato es tan cancerígeno como el PCB (compuesto químico que se usaba en los transformadores eléctricos) y el formaldehido, ambos miembros del Grupo 2A en cuanto su capacidad de generar cáncer en humanos”, explicó Medardo Avila Vazquez, de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados.

“Se debe prohibir”

La publicación de la Organización Mundial de la Salud fue bien recibida por las organizaciones sociales y científicos independientes (no vinculados a las empresas). Aunque también coincidieron en que la OMS tardó demasiado en reconocer los efectos del glifosato. “Es necesario saludar al IARC y a la OMS por ponerse al día con las investigaciones científicas. Es muy importante esta publicación, habrá un antes y un después, ya que fortalece la posición de los que venimos reclamando a las academias y a los responsables políticos la aplicación y plena vigencia del principio precautorio (tomar medidas urgentes para proteger a la población”, reclamó Damián Verzeñassi, de la Cátedra de Salud Socioambiental de la Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad de Rosario. “La OMS lo admitió, ya no pueden quedar dudas, el problema es mucho mayor de lo que se dice. El glifosato ha seguido el mismo camino que el endosulfan, el DDT, el cigarrillo y el Tamiflu”, explicó el investigador de la UNR.
Raúl Horacio Lucero, biólogo molecular e investigador de la Universidad del Nordeste, llamó a aplicar de manera urgente el principio precautorio vigente en la ley: “Se debe prohibir ya la comercialización y aplicación de este veneno”. También lamentó la demora de la OMS: “Si nos hubieran escuchado hace diez años se hubieran salvado muchas vidas”.

Otros agrotóxicos

El IARC-OMS también evaluó al malatión (herbicida) y al diazinón (insecticidas) como probable cancerígeno para los humanos (Grupo 2A, al igual que el glifosato). Los insecticidas tetraclorvinfos y paratión fueron clasificados como posiblemente cancerígeno para los seres humanos (Grupo 2B, con pruebas convincentes de que estos agentes causantes de cáncer en animales de laboratorio). Para el Malathion determinaron la vinculación con daño en el ADNI humano y tumores en roedores.

Monsanto

La empresa Monsanto, creadora del glifosato (bajo la marca Roundup) y principal señalada por la denuncias de perjuicios a la salud, siempre defendió su agroquímico en base a la clasificación de la OMS. La gacetilla institucional, que aún está en el sitio de Internet, llamado “Acerca del glifosato”, resalta que la OMS lo ubica como “producto que normalmente no ofrece peligro” y remarca en negrita un trabajo de 2004 en el que la OMS lo calificaba como “no cancerígeno”.
Monsanto siempre utilizó los argumentos de la OMS. Pero ayer cambió de opinión: “La IARC ha estado bajo críticas tanto por su proceso como el sesgo que ha demostrado”. La compañía acusó a la agencia de la OMS de que su conclusión no es exhaustiva, la considera “sesgada” y la acusa de no basarse en “ciencia de calidad”. Advirtió que ya entró en contacto con la OMS para solicitar una revisión del trabajo.
El comunicado de la mayor corporación del agro mundial sostiene que la clasificación de la IARC-OMS “no se apoya en datos científicos”. Alcanza con ver el documento oficial de la Agencia Internacional para la Investigación contra el Cáncer (IARC) para contabilizar al menos 16 trabajos científicos que confirman los efectos de los agroquímicos. Se citan investigaciones de 1985 hasta de 2015. No figuran los trabajos de David Saltamiras ni de Gary Williams, dos científicos que suelen atacar todo argumento académico contrario a los transgénicos y a los agroquímicos. No es casual: Saltamiras y Williams son empleados de Monsanto y por eso sus trabajos no figuran en la evaluación de la OMS.
Monsanto fue la creadora y mayor comercializadora de glifosato. En el 2000 venció su licencia, lo que abrió pasó a que otras empresas lo produzcan. En Argentina producen el herbicida las compañías Syngenta, Basf, Bayer, Dupont, Dow Agrosciences, Atanor, YPF, Nidera, Nufarm, Red Surcos, Vicentín y Sigma Agro, entre otras.

Carrasco tenía razón

Según estadística de la Cámara de Sanidad Agropecuaria y Fertilizantes (Casafe), que reúne a todas las grandes empresas de agroquímicos, en 1996 (cuando se aprobó la primera soja transgénica) se usaban en Argentina once millones de litros de glifosato. En 2012 se vendieron 182 millones de litros de glifosato. Desde hace tres años que Casafe no hace públicas las estadísticas de uso. Sí lo actualizó la Red de Médicos de Pueblos Fumigados. Afirma que en los campos argentinos se arrojan 320 millones de litros de glifosato por año y trece millones de personas en riesgo de ser afectadas por el químico.
Andrés Carrasco, jefe del Laboratorio de Embriología Molecular de la Facultad de Medicina de la UBA e investigador principal del Conicet, confirmó en 2009 que el glifosato producía malformaciones en embriones anfibios, incluso en dosis hasta muy inferiores a las utilizadas en el campo. En 2010 publicó su trabajo en la revista científica estadounidense Chemical Research in Toxicology (Investigación Química en Toxicología). Debió enfrentar una campaña de desprestigio por parte de las empresas, de sectores de la academia y de funcionarios políticos, como el ministro de Ciencia, Lino Barañao. “Los transgénicos y los agrotóxicos en Argentina son un experimento masivo a cielo abierto”, solía advertir en disertaciones y entrevistas. Carrasco, fallecido en mayo de 2014, afirmaba que la mayor prueba de los efectos de los agrotóxicos no había que buscarlas en los laboratorios, sino ir a las comunidades fumigadas.
Raúl Horacio Lucero, investigador chaqueño, le escribió ayer un correo a este periodista: “¿De qué se disfrazarán ahora los expertos del Conicet que tanto atacaron a Andrés Carrasco?”.
Viviana Peralta de San Jorge (Santa Fe), Laura Mazzitelli y Elio Servín de La Leonesa (Chaco), Fabián Tomasi y Don Julio Ariza (Entre Ríos), Miriam Samudio de Puerto Piray (Misiones), Sofía Gatica y María Godoy del Barrio Ituzaingó (Córdoba), María Cristina Monsalvo y Víctor Fernández (de Alberti, Buenos Aires). Una mínima muestra de quiénes denuncian desde hace años los efectos de los agroquímicos. Fueron, la mayoría de las veces, desoídos y maltratados por el poder político, judicial y mediático.
La Organización Mundial de la Salud comenzó a reconocer que los vecinos de a pie tenían razón.
Fuente: http://www.lavaca.org/notas/confirmado-la-oms-ratifico-que-el-glifosato-de-las-fumigaciones-puede-provocar-cancer/